Corresponde a dos días de la veintena del calendario xiuhpohualli, la cuenta de los años, al final de la temporada de lluvias y del año mexica; también era una celebración relacionada con rituales sacrificiales.
La celebración del 1 y 2 de noviembre, el primero Día de Todos Santos –dedicado a los muertos niños– y el segundo Día de muertos –cuando se recuerda a los adultos fallecidos en el calendario occidental–, tiene semejanza con Miccailhuitontli, la fiesta mesoamericana de los muertos.
Miccailhuitontli –segmento de la veintena del xiuhpohualli (cuenta de los años), uno de los dos calendarios mexicanos–, duraba dos días al final de la temporada de lluvias y del año mexica. Era el tiempo en que se decoraban con gran variedad de flores los templos dedicados al culto de Huitzilopochtli, divinidad asociada al sol, Tezcatlipoca, deidad de la oscuridad, y Yacateuctli, protector del comercio. De acuerdo con las crónicas del siglo XVI, también era una celebración relacionada con rituales sacrificiales.
Durante Miccaihuitl, “fiesta de los muertos”, los habitantes del centro del Anáhuac preparaban platillos especiales como tamales rellenos con carne de guajolote o de cachorros de perro (sobre todo tlachichi), relata Luis Alberto Vargas Guadarrama, especialista del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, en un documento de trabajo donde refiere esta celebración.
Con base en los Primeros Memoriales de fray Bernardino de Sahagún, continuó Vargas Guadarrama, en la fiesta realizada al final de la veintena, los antiguos mexicanos cortaban un árbol o xócotl y lo colocaban en un lugar especial adornado con papel. En la parte alta del xócotl (fruta en náhuatl) colocaban una especie de estatuilla deificada elaborada con masa de amaranto o tzoalli. Posteriormente, bailaban y festejaban en torno al xócotl y después comían el tzoalli, el tamal o “pan” de maíz.
Probablemente, durante el proceso de evangelización los misioneros en su intento por acabar con las celebraciones mesoamericanas, y dada la relación con los sacrificios rituales, modificaron la celebración del Miccailhuitontli al ritual católico del Día de muertos, de manera similar con la figura de la Guadalupana por Tonantzin, entre otros ejemplos más. Es decir, es un fenómeno de sincretismo, ligado al proceso de evangelización, consideró el investigador.
En el día de muertos actual, en casa se hacen altares con fotografías de los fallecidos y se les preparan y ofrecen simbólicamente sus comidas y bebidas predilectas, todo acompañado de flores de cempaxóchitl (flor de veinte pétalos en náhuatl, Tagetes erecta, en su catalogación botánica).
En algunas regiones, sobre todo del centro y sur del país, se ofrecen calaveras de azúcar a familiares y amigos, frecuentemente con su nombre escrito en la frente; en ocasiones se bebe chocolate pero, sin excusa, anfitriones e invitados comen tamales y pan de muerto.
En el pan de muerto está presente la Miccailhuitontli: la protuberancia que corona la pieza representa un cráneo, tiene sabor de azahar en honor de los fallecidos; de igual forma, están incorporados los huesos del difunto. También se representa las lágrimas derramadas y, asimismo, su forma circular representa el ciclo vida-muerte.
Respecto del mestizaje culinario, Vargas Guadarrama consideró que el pan de muerto, en tanto producto cultural, reúne las condiciones aunque diferente de las tortas compuestas que, “para mí representan el ejemplo máximo de un buen mestizaje, al igual que nuestros moles barrocos o los chiles en nogada”.
En cuanto a las tortas, asegura el investigador en “La alimentación en México durante los primeros años de la Colonia” escrito en colaboración con Leticia E. Casillas: “su sustento es la telera… de origen andaluz… La forma de preparación se inicia con la aplicación de frijoles refritos en su superficie interior. Los frijoles son originarios de Mesoamérica… Enseguida se coloca la carne, que puede ser un trozo de puerco originario del Viejo Mundo o pedazos de guajolote mesoamericano… Una vez que la torta está rellena, se le agregan productos mesoamericanos, como el aguacate o los chiles y otros del Viejo Mundo como el queso, la lechuga, el ajo, la cebolla o las zanahorias curadas en vinagre… es un alimento muy popular en que se observa la sabrosa integración de las tradiciones culinarias de dos mundos”.
Aun así, el pan de muerto es sabroso, diverso, barato, accesible, buen alimento, disfrutable y fomenta la convivencia; ¿qué más se puede pedir el Día de muertos?, concluyó Vargas Guadarrama.
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